Rueda Libre

Asi como su título, en este espacio ofrece una vision miscelanea sobre diferentes topicos, a suerte de collage o resumen de todos mis blogs.

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sábado, 19 de abril de 2014

FRAY SOLFEGGIO O CUANDO LOS BOSQUES CANTABAN GREGORIANO. JUAN JOSÈ BOCARANDA E

FRAY SOLFEGGIO O CUANDO LOS BOSQUES CANTABAN GREGORIANO
                        Juan Josè Bocaranda E








Fray Solfeggio, monje franciscano, se fue a vivir en el bosque, porque entre los árboles y él había una atracción natural y mutua irresistible.

Dicen que era otro Francisco de Asís, pero que, en vez de atraer a los animales con luz y con amor, él, también con luz y amor. atraía a los árboles del bosque.

Los árboles que como gigantes descuellan, desafiando al viento con sus copas, los árboles medianos, los más pequeños y las yerbas, los líquenes y el musgo, como una orquesta de armonía dispuesta al canto, se sentían complacidos con la presencia de Solfeggio, y conversaban y se decían cosas graciosas y hablaban de la belleza, de la paz y del amor.

Pero, como los árboles gigantes querían tenerlo a su altura para escucharlo de cerca, lo elevaban en sus ramas y lo mecían en sus copas, mientras él les cantaba sin parar.

Había comenzado por gorjearles como el susurro de los pájaros cuando entonan cantos al amanecer. Después pasó a cantarles imitando al ruiseñor, a los canarios o al turpial. Pero, una mañana, de pronto, se le escapó del alma el canto del corazón, alentado por el calor del Cielo y las añoranzas del monasterio. Y, queriendo alabar al mismo tiempo al Creador, les cantó un canto, apacible como el sueño tranquilo, en líneas ondulantes como el mar que se mece, sencillo como el rocío que perla con silencio el follaje, saturado de amor como cantó Dios cuando se sentó a descansar después de la creación: un canto gregoriano y, obviamente, en latín.

Primero fue el Pater Noster, que les trajo el Cielo hasta la baja Tierra. Después, el Ave María, que los plenó de gracia y los bendijo. Finalmente, el Sanctus, que con tanto sentimiento y devoción cantaba Solfeggio en las Misas del Gallo o Navidad. Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus, Sahaoth…

Y los árboles, todos, y los líquenes y el musgo, y hasta las rocas que les sirven de asiento, lloraban de gozo, porque se sentían sublimizados, en indescriptible elevación, al Paraíso. Y sentían que la Tierra se llenaba de la gloria de Dios, y bendecían al Dios en las Alturas y daban la bienvenida a quien había venido en el nombre del Señor. Los pájaros, mientras tanto, guardaban silencio con venerable respeto. El tigre y el león suspendían sus pleitos. Las gacelas y los venados cesaban de correr. El caimán bajaba a lo más profundo de las aguas turbias, y todo descansaba en silencio mientras duraba aquel canto de alabanza al Señor.

Tanto se aficionaron los árboles y los rosales silvestres y el musgo y los líquenes al canto gregoriano y al latín, que rogaron a Solfeggio les enseñara esa lengua muerta, para darle con su savia nueva vida.

Después de muchos ensayos, cuando la orquesta vegetal estuvo lista, el bosque de Solfeggio comenzó a cantar, y el eco retumbó en todos los bosques de la Tierra, y contagió a las rocas y a las aguas, y las vibraciones de salud, amor y paz taladraron hasta lo más profundo del hombre,  y todo fue un canto que canta y canta sin parar. Y la Tierra un globo palpitante, sonoro y reluciente que esplendía en el cosmos porque alumbraba la paz.

Pero, una mañana Solfeggio ya no estaba. No se sabe si fue abducido al Cielo, pues ya estaba bendito, bendito y consagrado por el sacro cantar. Otros dicen que  se convirtió en árbol de sándalo, su aroma preferido. Pero, yo estoy seguro, y puedo afirmar  que Fray Solfeggio es el  pájaro cristofué.

Ha de saberse que, últimamente, Fray Solfeggio, ya muy viejo, había perdido la voz. Se constipó y se le apagó el tono del canto, y solamente quedó un grito: cristofué, cristofué, cristofué.


Cuando el cristofué visita los bosques para despertarlos del letargo, no lo escuchan, y èl se entristece enormemente, porque los tractores y la sierras elèctricas echan paladas de tierra a todo canto. Por eso, cuando oigas gritar un crisofue, salúdalo y prepárate porque va llover: son lluvias de amor y de esperanza porque algún dìa alumbrarà la paz.