EL SECRETO DE LOS ÁRBOLES AIROSOS
Juan José
Bocaranda E
Este humilde
tallo ya sin hojas
y con las raíces casi muertas.
Sólo soy un árbol que pasea por los parques
o se aventura por los bosques,
en busca de otros árboles
más robustos que este humilde
tallo ya sin hojas
y con las raíces casi
muertas.
Voy en busca de aquella
especie
de árboles que permiten
al viento jugar muy alto
entre sus ramas
para que les espante los
insectos
y les agite las melenas
de leones vegetales.
Como si casi casi no
existiera,
me acerco a ellos
me acerco a ellos
para conocer el secreto,
la razón de ser
de sus poses solemnes,
que despiertan la
admiración de tantos:
de quienes -yo no lo dudo-
recomiendan que los enfermos los abracen para beber las energías que traen
desde el mundo de los gnomos
de los botánicos que los
fotografían y miden
como a voluntarios que se
alistan
de los entomólogos que los
recorren y esculcan
con sus lupas indiscretas
y de los padres que a su
sombra llevan a los hijos
a que desgranen un domingo
sus risas y sus cantos.
¿Dónde está el secreto de
esos árboles elevados y grandiosos?
preguntamos desde nuestra más
profunda nada,
los árboles entecos y
modestos
que paseamos por los
parques
o nos aventuramos por los
bosques…
¿ Será en las ramas con sus
guedejas lustrosas?
¿Será en el canto de los
pájaros que anidan en sus brazos?
¿En los timbales del
chicharro que vibran
sostenidos y profundos para seducir
a las chicharras?
¿En las raíces, que deben
ser muy hondas
para poder sustentar tanta
eminencia?
¿ O será acaso en la savia,
porque ellos,
como acuciosas abejas,
saben seleccionar los jugos
de la tierra?
¡O podría deberse al aire
con su no sé qué
que sólo alcanza a quien
descuella y se alza.¡
No lo sé. Quizás nunca pueda establecerlo.
No lo sé. Quizás nunca pueda establecerlo.
Mientras tanto,
algo derivo de mi secreta
tarea de botánico
secreto:
me acerco a los árboles
presuntuosamente esbeltos,
para infundirles la idea
de que me interesa beber
sorbo a sorbo su sapiencia.
Pero, en realdad me les
acerco
para darles ocasión
a que satisfagan su vanidad
y las hambres del ego:
para que puedan contrastar
su silueta de árboles
frondosos,
espetados y elegantes,
con la modestia gris de los
árboles
enclenques, decadentes y
añosos como yo.
Esto lo dice la experiencia
de los árboles desdentados
por el tiempo y por el
viento:
dejan en evidencia la pobreza de espíritu
los que se encumbran
esponjadamente vanidosos
apoyados en la ficción, la
pose y la apariencia.
Sólo soy un árbol que pasea por los parques
o se aventura por los bosques