sábado, 27 de diciembre de 2014

LA MODA POÈTICA. Juan Josè Bocaranda E



LA MODA POÉTICA
Juan Josè Bocaranda E

Quizás  o seguramente yo no estoy
a la moda,
a la moda
en la forma de “escribir” poesía.

Pero es que ¿acaso la poesía “se escribe”
como una receta de cocina,
un parte de guerra,
un formulario para solicitar colocación,
una fórmula para curar la tosferina,
una lista de compras,
un recado de pan a la vecina?

La poesía “nace”, no “se hace”.
Nace como un parto natural,
como vienen  al mundo una corona de coral,
un becerrito, una flor, un lucero, un colibrí,
el agua del arroyo, un grito,
con la expresión que brota del epicentro
de un deseo, de un acto de fe, de una consigna,
de un gesto de rebeldía, de una pasión,
de un sentimiento,
con el ímpetu del alma que se asfixia
y necesita
un golpe de luz, una esperanza
o el simple clamor de subsistencia
o el simplicísimo gusto de lanzar
una deprecación o un canto,
con la espontaneidad del muchacho
que desliza una piedra
sobre la pista líquida de un lago.

La poesía puede ser también
mero deseo
de descargar un peso del alma,
de vaciar los pulmones
y renovar la vida.

Porque la poesía no se planifica
como se conciben y calculan
las proporciones y las líneas
de una carretera,
de un puente, de una embotelladora
de cerveza
de un hospital, de una represa.

La poesía no es una torre de hormigón
armado o desarmado:
es un árbol, una flor,  un rio.

Si alguien abre las compuertas
del alma
para que salte un manantial,
o las ventanas
para que se lancen al espacio
las palomas,
nadie tiene derecho a exigir
que el brote del agua
o el aleteo de aquellas alas.
se dibujen al son de determinado
sonsonete,
ni tiene el derecho a descalificar
a quien decida
expresarse a la antigua
como los viejos poetas.

Tampoco tiene derecho
a prohibir, como guardabosques ominoso,
que se entonen himnos o se canten salmodias
a los ríos, al azafrán, al apio, a la cebolla,
al canto de las aves, al florecer del horizonte,
al rezongo monótono del agua, a las voces
airadas del volcán, a las risas del jardín, al alma
de lo que viene
al mundo sin maquinación artificial.

En fin
para no seguir con este cuento
que cada quien cante su canto
cantando  lo que quiera cantar.
Que cada quien se dé a cantar
como le place
es decir,
como le nace.


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