sábado, 3 de enero de 2015

LA FLOR DE CAYENA. Juan Josè Bocaranda E


 
LA FLOR DE CAYENA
Juan Josè Bocaranda E
 
Conocí a Rosa
cuando el lenguaje y yo
comenzábamos los primeros
encuentros.
 
Me fijé en ella
porque, como alguien dijera,
fui romántico “desde chiquito”
y ella, desde ya,
me parecía bonita.
 
Desde la puerta
de mi casa
la miraba
y me parecía que en verdad respondía
sabiamente al nombre,
y que al parecer se había propuesto
lucir
como una rosa roja,
con las mejillas rojas
y la sonrisa blanca,
compitiendo con la flor
de cayena
que se colocaba de lado en  la cabeza
para que compitiera
a su vez
con los labios rojos
y la sonrisa blanca.
 
Ella tendría unos veinticinco, 
yo sólo cinco,
pero yo la miraba,
la miraba,
la miraba
y la admiraba.
 
Un día dejó de asomarse a la ventana.
Alguien la había pedido
en matrimonio.
Pero en la madrugada siguiente
a  la boda
fue devuelta a la madre,
entre gritos y escándalos
porque
la bestia no la había
encontrado virgen.
 
Rosa se fue marchitando
entre la vergüenza,
la soledad
y  la tristeza
y cerró para siempre la ventana
de su casa
y de su corazón.
Desde entonces

nunca olvido la flor de cayena.

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