ROSA
Juan Josè Bocaranda E
Conocí a Rosa
cuando el lenguaje y yo
comenzábamos los primeros
encuentros.
Me fijé en ella
porque, como alguien dijera,
fui romántico “desde chiquito”
y ella, desde ya,
me parecía bonita.
Desde la puerta
de mi casa
la miraba
y me parecía que en verdad respondía
sabiamente al nombre,
y que al parecer se había propuesto
lucir
como una rosa roja,
con las mejillas rojas
y la sonrisa blanca,
compitiendo con la flor
de la cayena
que se colocaba de lado en la cabeza
para que compitiera
a su vez
con los labios rojos
y la sonrisa blanca.
Ella tendría unos veinticinco años
yo sólo cinco
pero yo la miraba,
la miraba,
la miraba
y la admiraba.
Un día dejó de asomarse a la ventana.
Alguien la había pedido
en matrimonio.
Pero en la madrugada siguiente
a la boda
fue devuelta a la madre,
entre gritos y escándalos
porque
la bestia no la había
encontrado virgen.
Rosa se fue marchitando
entre la vergüenza,
la soledad
y la tristeza
y cerró para siempre la ventana
de su casa
y de su corazón.
Desde entonces
nunca olvido la flor de la cayena.
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